En muchas ocasiones damos por sentado que Dios está en nuestras reuniones en la iglesia, reuniones de casas o en cualquier otro lugar donde los de la comunidad de fe nos reunimos supuestamente en su nombre para orar, ocuparnos de su palabra, tener comunión unos con otros, etc. y ocupamos versos para asentar que Dios está ahí con nosotros. Y esto es verdad y real, pero también es verdad que hay muchas ocasiones en que Dios no está con nosotros aunque lo asentemos, lo confirmemos y como se dijo hasta ocupamos porciones de la palabra para justificar que Dios está ahí. Pero cuando vamos a la escritura nos damos cuenta en que Dios muchas veces no está con nosotros, hace mucho tiempo que él no está presente en nuestras reuniones, celebraciones de “adoración”, como lo queramos llamar, ya que hace mucho tiempo que él no es el centro de ello, él no es el objeto de nuestras reuniones, nuestras motivaciones e intenciones ;y la calidad de vida que se lleva de parte del pueblo de Dios dictan cuan distante está lo que Dios espera de su pueblo, de sus hijos, de sus redimidos, de los que con corazón contrito y humillado hemos de venir delante de su presencia (sal. 51:17).
Esto fue lo que le sucedió al pueblo de Israel; en el tiempo de la conquista en el liderazgo de Josué hubo un lugar que se estableció como el lugar de adoración, de reunión, de asamblea, este fue Silo (Jos. 18:1). Este era el lugar donde el pueblo se reunía para buscar la dirección y la bendición de Dios para sus vidas y para los suyos, buscaban a
Dios y encontraban a Dios, pero esto fue perdiéndose en el tiempo por las malas actitudes del mismo pueblo, por las malas actitudes de los mismos líderes civiles y religiosos como los jueces y sacerdotes por no decir por todo el pueblo, al punto que cuando llegamos al libro de 1er. Samuel (1:1-3, 2:12-25) vemos como los hijos de Eli, siendo ellos los encargados de dar dirección al pueblo y tener los argumentos espirituales para motivar al pueblo a buscar, honrar y santificar sus vidas delante de Dios, ellos mismos deshonraban no solo el templo cometiendo abominaciones y perversiones en el consagrado a Dios, Sí en el lugar donde Dios había establecido que sería ese lugar de adoración y el que le buscaba le encontraría (Jos. 18:8, 31), ellos tenían en poco el lugar, el lugar de reunión, el lugar de adoración, sus vidas y sus actos hablaban de lo que había en su corazón y de lo que el lugar de reunión representaba para ellos.
Por lo tanto Dios no podía quedarse inmune ante tal situación y esto llevó a una respuesta de parte de Dios: Se alejo del lugar de reunión, ya no estaba ahí, por más que el pueblo le buscaba no lo encontrarían, Dios no estaba con ellos, Dios se había alejado de ellos. El salmista lo deja muy bien en claro cuando lo expresó en el capítulo 78:56-60: El desprecio de parte de ellos se reflejó en : tentaron a Dios: no vivir vidas rectas o acordes a la voluntad de él, darle la espalda a Dios, rebelarse, viviendo vidas dobles, de ahí la respuesta de Dios dolerse (enojarse), aborrecerlos (darles la espalda) y dejarlos. En otras palabras él ya no estaría en el lugar de sus reuniones, si no lo querían a él , si él no era el centro, si no se llegase con la actitud correcta ,él no estaría presente. Y esto es así también en nuestros días, por ello vemos la triste pero dura realidad que en nuestras reuniones sucede como sucedió en aquel momento (1er. Sam. 3:1,3), tres tristes pero reales consecuencias cuando Dios no está en nuestras reuniones: Primero: La palabra de Dios es escasa, no hay dirección sabía, no existe exhortación, no hay consolación, no hay llamados a una vida de arrepentimiento, confesión y perdón, entre otras cosas, solo vemos buena retórica, retorica enfocada en el hombre , en nuestra seguridad, comodidad y éxito pero no en Dios. Segundo: No existe visión, nos hemos convertido en una iglesia fosilizada o estancada, perdimos el rumbo si es que en algún momento se tuvo. Tercero la lámpara de Dios hace mucho tiempo está apagada, su presencia se alejo de nosotros, no vemos su poder y su gloria manifestada en vidas consagradas, comprometidas, gente de convicción, un pueblo referente en adoración y proclamación, un pueblo que marque y haga la diferencia en santidad y pureza, que la gloria de Dios se deje ver, que su luz brille en medio de tinieblas, un pueblo de convicciones y fe, un pueblo agradecido y que sabe corresponder al amor de Dios, sin duda alguna la lámpara de Dios se está apagando o es que ya se apagó mucho tiempo atrás y no nos hemos dado cuenta.
Todo esto y más me hace llegar a una conclusión: Me temo que Dios no está siempre en nuestras reuniones, al ver cómo nuestras vidas dictan de lo que Dios espera de nosotros no demos por sentado que Dios está ahí con nosotros. Creo que en muchas ocasiones nuestras reuniones están llenas de emocionalismo y las llamamos adoración cuando debería estar basada en confesión, santidad, obediencia, comunión con Dios, etc. , decimos tener una reunión de comunión que es común unión, mismo sentir basado en el amor, respeto y renuncia cuando creo que es solamente socializar al hacer lo contrario de lo que estamos describiendo, le llamamos ir a la iglesia cuando nuestro cuerpos están presentes (si es que vamos), pero nuestro corazón y mente está lejos de ahí, decimos ir a adorar cuando ni siquiera abrimos nuestra boca al que ha hecho grandes cosas por nosotros, no tenemos una vida ni actitud de agradecimiento al que todo nos lo ha dado. Esto entre otras muchas cosas que podemos seguir diciendo. Hagamos un alto en este día y no permitamos que Dios se aleje de nosotros, si no todo lo contrario que le busquemos, que le anhelemos, le deseemos como él espera y cuando lo hagamos, él estará ahí, cuando los verdaderos adoradores le busquen él estará para ellos y él se manifestará en ellos (1er. Sam. 3:21).