En esta sección el profeta llama a Jerusalén con un nombre simbólico, Ariel, así como en 22:1 la llamó el Valle de la Visión. Pero esta vez, el vasto simbolismo encerrado en el nombre Ariel es realmente asombroso: (1) En primer lugar, el nombre se compone de las palabras del hebreo: arí “león”, y El “Dios”. Jerusalén es el “león de Dios”, y por el uso hiperbólico de la partícula teofórica “el”, llega a significar “el león más poderoso”. El león constituye en todas partes símbolo de realeza. Y justamente, es el símbolo de la tribu de Judá que daría a Israel la gloriosa dinastía real de la casa de David (Gén. 49:8-10). También la ciudad moderna de Jerusalén, capital del estado de Israel, ha adoptado el perfil del león como emblema de su municipalidad. Pero en este caso el profeta hace uso de la ironía ya que Jerusalén sería sitiada y aunque liberada por Dios, en este caso ellos no estaban pensando en él sino más bien en Egipto como una solución a su dificultosa situación (Isa. 36-37). En el futuro próximo para ellos como lo dijimos serían liberados pero por su necedad y terquedad sería destruida la ciudad en un futuro no muy lejano. Al punto de llegar la ciudad como lo describe en los siguientes versos: (v-2-4): En aprietos: habla de la magnitud de su aflicción o de su situación; desconsolada: así terminaría sin poder hacer frente a sus enemigos, esto le llevaría a convertirse en una ciudad sin esperanza, triste, humillada y débil. Qué dura y humillante realidad para una ciudad que habría perdido toda su fuerza, su belleza, su poder y gloria. Así pasa en nosotros, cuando nos alejamos de Dios, cuando dejamos de apoyarnos en él y confiamos más en nuestras capacidades, experiencias o talentos o poneos nuestra seguridad y hasta nuestras vidas en otros. Cuando decidimos salir de cobertura, no tardará en pasarnos factura a nuestras decisiones, por su puesto malas decisiones. Lo duro para nosotros como para Jerusalén en aquel momento es que perdió toda su fuerza, toda su capacidad, toda su vitalidad, lo que ellos eran con Dios: De un león poderoso a convertirse en una ciudad más, una ciudad débil que pasó de un león poderoso a un cachorro sin fuerzas, débil y sin apoyo. (2) En segundo lugar, la palabra ariel, tanto en moabita como en hebreo, tiene un uso metonímico (Figura literaria donde se le da el nombre o se le llama a una cosa por otra) para referirse a los héroes, a los más valientes de los hombres, a los paladines del ejército (2 Sam. 20). En este sentido, Jerusalén es la sede de los jefes más poderosos de la revuelta contra Asiria. Esta profecía fue pronunciada cuando Ezequías estaba a la cabeza de los reyes de la región del mar Mediterráneo. Sin embargo, el sentido que el profeta daría a este término sería, en este caso, irónico una vez más. Compare las palabras del Rabsaces en 36:14, 16 y 18; ponga atención a sus palabras: No os engañe Ezequías... ¡No escuchéis a Ezequías!: Fue una provocación directa a sus generales y capitanes del ejército de Israel al mismo rey Ezequías, pero la respuesta de ellos fue de temor, intimidación y humillación: El Rabsaces (Titulo que se le da al general del ejército de Asiria) les dice que ellos son solo palabras y estas vacías. Por supuesto, esto es lo que pasa cuando dejamos de apoyarnos en Dios, no tenemos los argumentos espirituales para hacer frente a nuestras duras realidades y nos volvemos como en el caso de Samuel sus generales y su ejército contra Goliat como un rey, un ejército sin autoridad, sin fuerzas, con armadura pero esta solo nos recuerda lo que una vez fuimos y ahora es historia. Y nuestro presente se convierte en un testigo de lo que somos: Héroes del pasado, héroes sin fuerza, héroes que solo son un calificativo pero nada de realidad. (3) En tercer lugar, la palabra ariel es usada por Ezequiel (43:15, 16) para referirse al “ara”, la parte del altar donde las víctimas eran consumidas por el fuego. En este sentido, la palabra derivaría también de una raíz semítica conservada en el árabe, y que significa “consumir en el fuego”. Es en este sentido que usa Isaías la palabra al final del v. 2: “Ella (Jerusalén) será para mí un Ariel “En otras palabras Jerusalén, sede del altar de Jehová, sería presa del fuego de la guerra: Yo pondré a Ariel en aprietos, y será para mí un Ariel (v. 2). Altar que muy descriptivamente se deja ver en el verso (6): Sera visitada con truenos, terremotos, tempestad y fuego consumidor. Se convertiría en un altar de sacrificio, y ellos serían las víctimas, esto como consecuencia a su idolatría, paganismo, inmundicia, desobediencia especialmente por sus líderes, tanto civiles como religiosos, ellos habían contaminado el altar de Dios y este tendría que ser purificado solamente con la intervención de Dios y por supuesto que con fuego. Fuego que representaba el juicio de Dios cayendo sobre el altar (Jerusalén). Hoy en día no hay altares literalmente hablando ni víctimas para el sacrificio, pero el Apóstol Pablo en (Rom. 12:1) habla de presentarnos a Dios no con victimas ya que el sacrificio ahora somos nosotros, y cuando lo hacemos estamos levantando un altar que en nuestra vida sea como bien lo describe en este pasaje: “Sacrificio vivo”: Una vida al servicio de Dios, “Santo”: Una vida consagrada y apartada para Dios, “agradable a Dios”: una vida aceptable ante los ojos de Dios, esta es una verdadera adoración espiritual, esta es la actitud en adoración que debemos de tener al presentarnos delante de Dios. Nuestra vida debe de ser un altar diario delante del Señor, debemos de presentarnos de tal manera, como Pedro lo dijera también (1 Ped. 2:5) Sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo.