02 Dec
El Dios que adoramos

Ante la idolatría del pueblo de Dios, por temor a la invasión del pueblo Babilónico o por su duro corazón el pueblo se volvía a la vanidad, al espiritismo a la astrología, en generala a los ídolos, por ello el profeta de Dios  irrumpe con un llamado al pueblo: Volverse al verdadero Dios, adorar al único y verdadero Dios. Es que es tan fácil venir y perder de vista quienes somos y esto tiene que ver con nuestra identidad, a quien nos debemos y a quien servimos. El pueblo de Dios había olvidado y se había perdido en todo ello, al punto que hacía, vivía y se volvía como las demás naciones, a lo que el mismo Dios les había advertido cuando llegarán a este territorio, por ello El Señor les había dicho de cuidarse de no contaminarse ya que si no lo harían estos desviarían su corazón del verdadero Dios (Ex. 23:24). Pero ellos se fueron por el camino de las naciones (v.2): Un camino de perversidad, de idolatría, fueron movidos por la cultura, por las costumbres, por la vanidad de su perverso corazón (v.3-5). Hasta el punto de olvidarse de Dios.


 Y esto es tan relevante para el día de hoy, ya que por donde quiera que nos movamos o vayamos vemos el mismo patrón, donde se pone la cultura, las costumbre por sobre la palabra, por sobre Dios y nos olvidamos rápidamente de él, de sus preceptos y de sus mandamientos, queriendo acomodar sus principios o preceptos a nuestro parecer. Comparando o semejando al altísimo con otros dioses ,entendiéndose este concepto con todo aquello que ocupa el primer lugar en nuestras vidas, todo aquello que es primero, todo aquello a quién le ponemos más atención y en que nos enfocamos más, todo aquello que es más importante. Y lo ponemos al mismo nivel o quizá en muchas ocasiones Dios ni siquiera está en los primeras cosas o prioridades de nuestra vida. De ahí el llamado de Dios a través del profeta Jeremías (v.6): “No hay semejante a ti oh, Jehová, grande eres tú, y grande tu nombre en poderío”: En otras palabras “No hay Dios como nuestro Dios”. El Señor es el único Dios, y nosotros su pueblo, sus hijos, sus escogidos somos llamados a rendirnos a él, a que él sea el primero, el único a quién nos debemos de rendir y por su puesto adorar y obedecer en todo. No hay semejante a él, no hay nada ni nadie que se le compare: en poder, en sabiduría, en majestad, en santidad, en amor, etc.  no hay palabras para poder describir lo que es él.


Los ídolos son eso ídolos, manufactura de obras de manos de hombres, creación del hombre: Leños, o figuras de metales o materiales preciosos pero al final figura, nuestro Dios no es un ser creado, por ello es Dios (este es un concepto en teología que se le llama la Aseidad de Dios: Autosuficiencia y autoexistencia), él siempre ha sido y siempre será. Este es el Dios del AT, el Yo soy que  se le presento a Moisés en la zarza (Ex. 3:14), es el mismo Dios al que Juan escucho decir en Apo. 1:8: “Yo soy el Alfa y el Omega, principio y fin dice el Señor, el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso”. Jehová de los ejércitos es el verdadero Dios, Jesús es el verdadero Dios y el Espíritu es el verdadero Dios: Un trino y verdadero Dios.


La otra expresión al que hace referencia el profeta en el verso 6, no solo es de su nombre si no de su poder, por ello Dios es el Todopoderoso, o sea, el que todo lo puede, no hay nada imposible para él , todo lo que hay, lo que es , lo que conocemos todo ha sido creado por él, de su gran sabiduría todo lo ha formado, él es el único de dar vida de la nada, de crear donde no existe nada, de mantener en un orden exacto lo que con limitación conocemos hasta el día de hoy. Nuestro Dios es trascendente para la vida de este mundo y para la del ser humano, sin él nada es, ni nada somos por ello es Dios. De ahí la tercera expresión del profeta en el verso 7: “¿Quién no te temerá, Oh Rey de las naciones?, él es Digno de nuestra alabanza y de nuestra adoración, de nuestra sumisión y obediencia, de nuestro amor y respeto. Este es el Dios que adoramos, el Dios a quién servimos, el Dios a quien honramos, al Dios a quien le damos gracias por hacer con nosotros lo que somos. Este es el Dios que se conoce a través de Jesús nuestro salvador y señor, este es el Dios quien que camina con nosotros, está con nosotros y mora a través de su Espíritu en nosotros.


Este es el Dios que adoramos. Este es el Dios que en el cielo Isaías oyó decir (Isa. 6:3): “Santo, santo, santo, Jehová de los ejecitos, toda la tierra está llena de su gloria”. Este es el Dios que en el cielo Juan escuchó decir:(Apo. 4:8): “Santo, santo, santo es el Señor Dios Todopoderoso, el que era , el que es, y el que ha de venir”. Este es el Dios que un día estaremos delante de su trono todos los redimidos por su sangre exclamando: “Al que está sentado en el trono, y al cordero, sea la alabanza, la honra, la gloria y el poder por los siglos de los siglos”. Este es nuestro Dios, el único y verdadero Dios, el Dios que adoramos.


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